jueves, 16 de febrero de 2017

Pensamientos

“¿Has sentido que no encajas?”
Miró a su madre. Ella seguía conduciendo el auto, hablando sobre medicamentos y una farmacia.
“¿Has pensado en simplemente dejar de respirar? ¿Has estado rodeada de personas y sin embargo te sientes sola? Cuando todos ríen y tu sonrisa se vuelve forzada porque tratas de encajar. Igual que una pieza rota de rompecabezas”.
Las palabras estaban ahí, a punto de ser pronunciadas. La chica se mordió la lengua y miró al frente.
La noche había caído sobre la ciudad. No se veían las estrellas, pero si la luz del semáforo cambiar a verde.
Suspiró. No valía la pena hacer las preguntas en voz alta ya que su madre siempre tenía una respuesta. La chica detestaba y amaba esa parte de ella.
Dieron la vuelta sobre la avenida principal para entrar al estacionamiento de la farmacia.
Las preguntas volvieron a su mente.
— ¿Lista? Preguntó su madre.
Asintió y bajaron del auto. Quería fingir demencia y quedarse dentro pero debía comprar un shampoo para la caspa. Un aspecto de ella que odiaba. La ansiedad. Esa que la hacía morderse las uñas y rascarse el cuero cabelludo hasta provocar caspa.
Fue al pasillo del shampoo mientras su madre pedía medicamentos. Era una noche fría y se encogió dentro de su abrigo, tanto para generar calor como para ocultarse de los trabajadores de la farmacia, que le daban miradas molestas porque estaban a punto de cerrar, hacían la limpieza.
La joven pagó y se marcharon. Su madre conducía porque ella no podía hacerlo. Tenía miedo de sufrir una crisis al volante y provocar todo un accidente.
Llegaron a casa un momento de silencio prolongado después.
—Dos veces, y si no viene, iré yo—. Se escuchó decir.
Su madre hizo una mueca.
—No abrirá.
Claro que no lo iba a hacer. Él nunca venia cuando lo necesitaba. Su padre estaba dormido y calientito dentro de casa. Él no debía salir a trabajar como ellas dos. Se guardó los sentimientos y con un ceño fruncido bajó del auto para abrir el portón y guardar el vehículo.
Le había pedido mil veces a su madre que instalaran un portón eléctrico, pero no era prioridad. Había más cosas que hacer por la casa. Quizá lo hicieran cuando ella se marchara. Si es que se marchaba.
Cerró el portón cuando el auto estuvo adentro, bajó sus cosas y se dirigió a la casa.
—Tal vez con la muerte encajemos todos—. Murmuró.
— ¿Qué? Su madre se giró hacia ella.
—Nada—. Respondió con la máscara de una sonrisa.

Porque no pasaba nada. Nunca ocurría nada y eso la mataba poco a poco.

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