“¿Has sentido
que no encajas?”
Miró a su
madre. Ella seguía conduciendo el auto, hablando sobre medicamentos y una
farmacia.
“¿Has pensado
en simplemente dejar de respirar? ¿Has estado rodeada de personas y sin embargo
te sientes sola? Cuando todos ríen y tu sonrisa se vuelve forzada porque tratas
de encajar. Igual que una pieza rota de rompecabezas”.
Las palabras
estaban ahí, a punto de ser pronunciadas. La chica se mordió la lengua y miró
al frente.
La noche había
caído sobre la ciudad. No se veían las estrellas, pero si la luz del semáforo
cambiar a verde.
Suspiró. No
valía la pena hacer las preguntas en voz alta ya que su madre siempre tenía una
respuesta. La chica detestaba y amaba esa parte de ella.
Dieron la
vuelta sobre la avenida principal para entrar al estacionamiento de la
farmacia.
Las preguntas
volvieron a su mente.
—
¿Lista?−
Preguntó su madre.
Asintió
y bajaron del auto. Quería fingir demencia y quedarse dentro pero debía comprar
un shampoo para la caspa. Un aspecto de ella que odiaba. La ansiedad. Esa que
la hacía morderse las uñas y rascarse el cuero cabelludo hasta provocar caspa.
Fue al
pasillo del shampoo mientras su madre pedía medicamentos. Era una noche fría y
se encogió dentro de su abrigo, tanto para generar calor como para ocultarse de
los trabajadores de la farmacia, que le daban miradas molestas porque estaban a
punto de cerrar, hacían la limpieza.
La
joven pagó y se marcharon. Su madre conducía porque ella no podía hacerlo.
Tenía miedo de sufrir una crisis al volante y provocar todo un accidente.
Llegaron
a casa un momento de silencio prolongado después.
—Dos
veces, y si no viene, iré yo—. Se escuchó decir.
Su
madre hizo una mueca.
—No
abrirá.
Claro
que no lo iba a hacer. Él nunca venia cuando lo necesitaba. Su padre estaba
dormido y calientito dentro de casa. Él no debía salir a trabajar como ellas
dos. Se guardó los sentimientos y con un ceño fruncido bajó del auto para abrir
el portón y guardar el vehículo.
Le
había pedido mil veces a su madre que instalaran un portón eléctrico, pero no
era prioridad. Había más cosas que hacer por la casa. Quizá lo hicieran cuando
ella se marchara. Si es que se marchaba.
Cerró
el portón cuando el auto estuvo adentro, bajó sus cosas y se dirigió a la casa.
—Tal
vez con la muerte encajemos todos—. Murmuró.
— ¿Qué?−
Su madre se giró hacia ella.
—Nada—.
Respondió con la máscara de una sonrisa.
Porque
no pasaba nada. Nunca ocurría nada y eso la mataba poco a poco.
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